martes, 18 de septiembre de 2007

LAS DOS LUNAS

En un oscuro rincón de la gran sala, vestida con un traje negro, está La Guitarra. Apoyada en la pared, entre dos sillones, transcurre largos, solitarios y silenciosos días con sus noches, recordando aquellos deliciosos momentos cuando la sala bullía de música. Sí; ella sabe muy bien qué es la música porque de su propio corazón de luna nueva brotan sonoras notas que juntas crean hermosas melodías. Y eso, para ella, es la música. Claro está, siempre necesita de Alguien para que de su interior surjan aquellas armoniosas notas. Viene a su memoria un hombre de pelo blanco y barba que la levantaba suavemente, le quitaba el traje negro y tomándola del brazo, la colocaba sobre sus piernas. Una mano se adhería con firmeza a su diapasón de ébano y la otra, rodeándola por su cintura, subía y bajaba, cerca de su oscuro corazón, tocando los hilos de plata que cruzan su cuerpo. Ella escuchaba la voz de Alguien, en perfecta armonía con su música, entonando canciones de amor, reencuentros y adioses.
Recuerda perfectamente bien a ese Alguien porque todos los días y a la misma hora, repetía la misma rutina. Desde el rincón, ella reconocía los pasos cuando se acercaban. Los oía; mas no lo podía ver hasta que él le quitaba, con sumo cuidado, su vestido largo hasta los pies que le impedía toda visión. Ésa era una cuestión que siempre rondaba en su mente. ¿Por qué Alguien le coloca ese traje duro y frío, tan oscuro y cerrado que no la deja respirar, asfixiándola? ¿No se dará cuenta que le gusta disfrutar del aire y la luz? Ella sabe reconocer perfectamente el aire y la luz porque más de una vez, luego de estar con ella, Alguien se olvidaba de vestirla y quedaba recostada en el sillón. Permanecía allí, quieta, inmóvil, viendo cómo todo a su alrededor cambiaba de color según pasaban las horas. Por la mañana la luz entraba por la ventana, victoriosa; por la tarde, entristecida; por la noche, difusa. Disfrutaba de ese reposo que le permitía descansar de las largas horas transcurridas, de pie en el rincón, hasta que, al escuchar aquellos pasos, su corazón volvía a palpitar ansioso esperando que Alguien la desvistiera.
Pero ahora todo es distinto. Las horas pasan lentamente en oscuridad, en soledad y en silencio… No puede reconocer si es de día o de noche. Hace tiempo que no escucha los pasos de Alguien; que no ve la luz ni siente el aire; que no escucha la música de su corazón de luna oscura…

Ruidos. Ventanas que se abren y puertas que se golpean. La guitarra se sobresalta; sale de su silencioso letargo y se queda esperando ansiosa, curiosa. No entiende qué sucede. Siente su corazón palpitar, a la espera de los pasos de Alguien. Ya vienen, ya se acercan…
Pero esta vez son distintos. Más ligeros, ágiles y presurosos. La levantan del rincón, la desvisten, la liberan de su traje que la aprisiona y la colocan suavemente sobre el mismo sillón. Encandilada por la luz que entra a raudales por la ventana abierta, siente el aire que acaricia su cuerpo, su cintura, su brazo, que se introduce en su corazón ahora levemente iluminado por un rayo de luz.
Desde allí alcanza a divisar un destello que no recuerda haber visto antes. Algo la encandila desde el frente del sillón. No alcanza a distinguir qué produce aquella luminosidad que se refleja en su diapasón encegueciéndola.
-¿Qué es esto? ¿Quién está allí? ¿Quién eres? – pregunta La Guitarra curiosa.
Por toda respuesta escucha un lejano rumor.
Insiste:-¿Quién eres?
Silencio.
Las horas transcurren mientras la luz de la ventana se va disipando. El reflejo del frente se convierte en un suave color plateado. Sin embargo La Guitarra no deja de mirar hacia aquel destello que no recuerda haber visto antes.
Ya no está encandilada; puede distinguir bien a su antiguo compañero de sala: un mueble marrón, con cuatro patas cortas y sobre él, el nuevo brillo color plata.
-Chist, chist - Insiste nuevamente aunque con algo de timidez. -¿Quién eres? ¿Sabes hablar? Estoy aquí, sobre el sillón del frente, ¿me alcanzas a ver? ¿Eres nuevo en la sala?- Las preguntas salían a borbotones de su boca.
-¡Shhh! No grites. Te escucho-. La voz venía del reflejo del frente. -Te he escuchado desde esta mañana. No grites, por favor. Hoy no se puede hablar. Mañana lo haremos.
-¿Mañana? Pero a lo mejor mañana me vuelven a vestir y me ponen de pie nuevamente en el rincón vaya a saber hasta cuándo –contestó angustiada La Guitarra.
-No te preocupes- contestó el reflejo. -Eso no va a suceder. Te lo prometo. Mañana te explico.
La Guitarra quedó en silencio, perpleja. No le queda otra opción que esperar al día siguiente. Escucha pasos. Mas no son los pasos de Alguien a quien ella reconocería en seguida. Tampoco son los pasos ligeros y presurosos que escuchó esa mañana. Algunos brazos la levantan, le acarician su cuerpo, pasando las manos por su cintura con respeto, con discreción. Pero nadie le hace brotar la música de su corazón, ni escucha la voz del hombre con canas y barba, que entonaba canciones en armonía con sus hilos de plata. No. Vuelven a depositarla con suavidad sobre el sillón. No la visten. No le colocan el traje negro.
Cómo saber lo que sucede. Deberá esperar que transcurra la noche y llegue el nuevo día como le recomendó el destello plateado. No le colocaban el traje negro.
La luz tenue se va convirtiendo en tinieblas; pálidos haces de luz vienen del interior de la sala y de otros lugares más lejanos. No conoce esos otros lugares; solamente esa sala. Siempre ha estado allí, esperando a Alguien. Un murmullo permanente en la sala la adormece y pierde la noción del tiempo…

Una brisa de aire la despierta de su letargo; la luz entra nuevamente por la ventana; primero suave, luego más fuerte, brillante. Al frente suyo el destello vuelve a encandilarla; se sacude la modorra; la noche al aire libre le ha sentado de maravilla. De pronto recuerda los acontecimientos del día anterior.
-Chist, Chist – llama. No tiene otra forma de hacerlo. -¿Cómo te llamas? Yo soy La Guitarra, ¿y tú?
-¡Shhh! Habla despacio que lo mismo te escucho. Te he oído toda la noche mientras dormías- dice impaciente el destello y cambiando el tono de voz, exclama: -¡Qué hermosas melodías brotan de tu corazón cuando duermes!
-¿Yo? ¿Cómo puede ser? Nadie me ha levantado del sillón.
-Entonces has estado soñando.
-Seguramente, porque no recuerdo que nadie me haya levantado en sus brazos. Pero… ¿cómo te llamas? –pregunta otra vez La Guitarra.
-Soy Portarretrato. Me compraron ayer porque las personas necesitan mi corazón para colocar una fotografía. ¿Alcanzas a ver?
La Guitarra, todavía un poco encandilada, hace un esfuerzo tratando de mirar con más detenimiento a Portarretrato. En el centro, rodeada de un gran marco de plata, la cara del hombre de pelo blanco y barba la mira con compasión. Al menos eso le parece, pero no entiende qué hace Alguien allí, en el corazón de luna llena de Portarretrato. Sin poder disimular los celos, exclama:
-¡Con razón nadie me levantaba del rincón! Ahora está contigo. ¿Qué tienes tú para ofrecerle?
-¿Yo? Nada. Solamente mi corazón de luna llena. Acá está. ¿Lo ves?
-¿Y por qué está allí? No entiendo por qué necesita de ti para mostrarse.
-Ahora necesita de mí. En cambio a ti ya no te necesita más.
La Guitarra, confundida, sigue sin entender.
-¿Me puedes explicar, por favor? No comprendo lo que quieres decirme- contestó
enojada La Guitarra, al mismo tiempo que le invadía un leve sentimiento de celos.
-Anoche, mientras tú dormías y cantabas entre sueños- le explica Portarretrato- escuché algunos comentarios. ¿Acaso no te diste cuenta que había muchas personas?
La Guitarra recuerda los pasos presurosos y sigilosos del día anterior; las manos que la levantaban y la acariciaban con respeto y discreción; los murmullos que la adormecieron sobre el sillón.
-Ahora que me dices… sí. Me parecía extraño todo lo que sucedía anoche, incluso que no me pusieran el traje negro y que no me depositaran en el rincón. Pensé que Alguien se había olvidado de mí.
-No, no. Estás equivocada- le contesta Portarretrato. -Ese hombre de pelo blanco y barba a quien tú llamas Alguien, no te ha olvidado. Te ha llevado en su corazón hacia otra morada. Por eso has pasado la noche en el sillón, para que todos te vean ya que tú eras su compañera del alma; pero no puede llevarte con él. Solamente se llevó tu música.
La Guitarra enmudece. No necesita más explicaciones. Ahora comprende que ya no volverá a escuchar los pasos de aquel hombre de pelo blanco y barba que todos los días le quitaba su traje negro y la rodeaba con los brazos por su cintura; que tocaba con sus manos los hilos de su corazón de luna nueva haciéndole brotar suaves armonías y que cantaba con melodiosa voz canciones de amor, reencuentros y adioses.

Aquel hombre a quien ella llama Alguien, se ha llevado su música hacia su otra morada. Seguramente un nuevo Alguien se acercará con otros pasos, que ella aprenderá a reconocer; la tomará entre sus brazos y le hará brotar bellas melodías de su corazón de luna oscura, frente al destello plateado de luna llena; y una nueva voz se acoplará con ella en hermosas armonías.
Pero aquellas melodías, aquella armoniosa voz y los pasos del hombre de pelo blanco y barba, quedarán guardados en su memoria y no volverán a repetirse jamás.
Solamente en sus sueños.

1 comentario:

Mecha Novillo dijo...

Este cuento, y bien que merece ser considerado cuento, es de una belleza y ternura que llega al alma, es lo que Savater llama "un pellizco al corazón". Emociona, deja una sensación de dulzura y nostalgia, es un texto de esos que, una vez terminada su lectura, uno siente la necesidad de agradecer a quien lo escribió, porque nos abrió nuevas ventanas, porque nos enseñó que todo puede ser visto con ojos nuevos.