sábado, 22 de septiembre de 2007

¡QUÉ VIDA!

¡QUÉ VIDA!

“ ‘Febo asoma / ya sus rayos / iluminan el...’ ¡Qué Febo, ni Febo! ¡Con el calor que hace y todavía debemos marchar al compás de la Marcha de San Lorenzo! ¿Quién habrá sido este San Lorenzo para que tengamos que hacerle tantos honores? Me parece que de santo no tiene nada, porque si así fuera, nos debería salvar de este calvario. Son las dos de la tarde y ni siquiera hemos comido. Me estoy deshidratando. ¿Qué se habrán creído éstos? Nos tienen al trote: por la mañana, adiestramiento, como si fuéramos perros; luego, salir al monte a hacer maniobras, cuerpo a tierra, arrastrándonos sobre los codos, pasando por espinas, pantanos y piedras. Lo único que falta es que nos tiren una bomba en medio de la formación y salgamos disparados por el aire. Alguien me contó que algunos soldados quedan sin una pierna, otros sin cabeza, otros sin un brazo, o pierden en la batalla el arma que salvaría su pequeña existencia. Ah! Y pensar que siempre he soñado con ser soldado para defender a la patria! Y ahora aquí estoy, vestido de verde, escondido entre unos matorrales gigantes; espero que cuando termine la batalla me encuentren. Y por si algo faltaba, hay que aguantar las órdenes de estos grandes señores, con voces fuertes y gritos que asustan a cualquier hora...
Por la ubicación del sol, deben ser ya la cinco o seis de la tarde... He perdido la noción del tiempo... Estoy boca arriba, tirado entre grandes pastizales, todo embarrado... No escucho nada y el aire fresco del atardecer se hace sentir sobre mi maltratado cuerpo. Casi no puedo moverme; mejor espero la orden del superior a cargo...”

¡Chicos! ¡A comer! ¡Guarden todos los juguetes antes de que se haga de noche! ¡Después lloran porque no encuentran los soldaditos!

miércoles, 19 de septiembre de 2007

CUENTOS CORTOS INSPIRADOS EN LA VIDA COTIDIANA

INSPIRADO EN LOS CUENTOS CORTOS DE JUAN CALOU (BLOGGER)

Cuentos
Me he puesto nostálgica. Recuerdo los cuentos que mi abuelo nos contaba en las tardecitas de verano, un poco inventados por él y otro poco… por él inventados. Llegado el momento de más suspenso los interrumpía, ya sea en la mitad de un diálogo o de una situación altamente riesgosa para el protagonista de la historia. Los cuentos del abuelo nos atrapaban, nos mantenían en vilo durante todo el día, ya que nunca sabíamos ni cómo ni cuándo iban a terminar. Eso lo decidía él. La tarde siguiente, cuando el sol comenzaba a declinar y el canto de las chicharras nos aturdía, y mientras esperábamos el llamado a la mesa, nos reuníamos alrededor del abuelo para escuchar la continuación del cuento inconcluso.
¡Las vueltas de la vida! Pienso en los cuentos de mi abuelo y ahora soy yo la que invento cuentos que por supuesto no van a superar jamás los quedaron atrapados en mi memoria.
Y los invento para mantenerme en vilo y seguir atrapada a la vida.

Cortos
Más que petizos son cortos. Tienen los brazos cortos, el cuello corto, el talle corto y las piernas cortas. Viven en casas que, más que chicas, son cortas: apenas uno entra por la puerta, un pasillo corto comunica con el patio. Los árboles y las plantas no son enanas, ni siquiera son bonsái; son cortas: el tronco corto de fina corteza termina en cortas ramas que sostienen unas cuantas hojas recortadas por hormigas cortitas. Así es de corto todo lo que rodea la existencia de los Cortos: pueblo originario de una pequeña isla del Mar del Cortés, llamada isla de Córtega, cuya principal actividad es cortar clavos. Los pobres cortos ya se están quedando cortos con la fabricación de cortaplumas, cortapapeles y cortapastas; a causa de un cortocircuito, se les ha borrado el único cortometraje sobre un cortejo fúnebre histórico, documental que no pudieron exhibir por falta de una cortina blanca como telón. Debido a su corta existencia, deben apurarse ya que se les está acortando el tiempo.
Por cuestiones de cortesía, pues lo cortés no quita lo valiente, he decidido acortar esta historia y ponerle un corte.


Inspirados
Hay personas que se inspiran cuando escuchan una palabra o cuando ven algo que les llama la atención. Enseguida lo anotan con su lapicera siempre a mano, en un cuaderno que, curiosamente, tienen también siempre a mano. De esas anotaciones, dibujos o bosquejos, que por suerte anotan en el preciso momento que se producen, se inspiran, y resultan ser unos inspirados. Digo yo: ¿cómo hacen los inspirados para tener siempre un cuaderno y una lapicera siempre a mano para anotar en cualquier momento del día o de la noche, lo que ven, oyen , imaginan o sueñan?


Los invito a hacer un ejercicio de inspiración: inspiremos profundamente, llenemos los pulmones de aire y exhalemos por la boca; relajemos nuestro cuerpo y pongamos la mente en blanco; tomemos una lapicera y un cuaderno y escribamos un relato, cuento o historia, lo que se nos ocurra, inspirados en la primera palabra que escuchemos…
¿Y?...
Eso nomás quería comprobar.

En
Preposición que indica lugar, tiempo o modo (Diccionario de la Real Academia Española).
El lugar no importa, el tiempo corre y el modo… como uno pueda.
En el mejor lugar, en el mejor tiempo y del mejor modo será lo que debamos hacer y lo haremos de la mejor manera posible. No habrá en nuestra vida otro lugar, otro tiempo ni otro modo. Aprovechemos el que tenemos.

La
Siguiendo con la gramática y según el mismo diccionario:
LA: artículo determinado, femenino, singular; sexta nota de la escala musical.
De las dos acepciones de la palabra LA, me interesa, en este caso, la segunda.
Es sabido que la nota musical LA tiene una tonalidad específica. Entonces digo yo: ¿Por qué cuando entonamos una canción de la cual no nos acordamos la letra, decimos: “la la la la la la…”, siguiendo al pie del pentagrama las distintas tonalidades de LA y así sucesivamente hasta terminar con la canción que con tanta inspiración compuso el autor? Esto me lleva a la siguiente conclusión: si la nota LA tiene más de una tonalidad, ¿no sería mejor cambiarle de nombre, digo yo, por ejemplo ZU, sílaba difícil para tararear, y de ese modo no incurrir en equívocos difíciles de superar para cualquier persona que se está iniciando en teoría musical?

Vida
“¡C’est la vie!” Expresión francesa que traducida al español significa “es la vida”. En inglés se dice “this is the life”, en italiano, “è la vita”, en portugués, “é a vida” y en alemán, “es ist das leben”.
No es lo mismo decir “es la vida” que “c’est la vie”. Ni “c’est la vie”, que “this is the life”, o “è la vita”, o “é a vida” y menos, “es ist das leben”. Cada idioma tiene su propio ritmo, su propia cadencia para decir frases que expresan ciertos sentimientos o estados de ánimo. Incluso la entonación de la voz varía.
En español, dicha expresión es triste; en francés, romántica; en inglés, calculadora; en italiano, sanguínea; en portugués, dulce y en alemán, fría.
Ahora, si lo digo en latín, madre de todas las lenguas romances, “vita est”, es t-e-r-m-i-n-a-n-t-e.
Al juntar todos los adjetivos antes expuestos, reflexiono: la vida tiene un poco de cada uno de ellos: de tristeza, de romanticismo; es tajante, sanguínea, dulce y fría. Pero me niego a que sea ¡t-e-r-m-i-n-a-n-t-e!

Sea como sea la vida, ¡c’est la vie!
Yo, sí yo, me inclino por el romanticismo.



Cotidiana
Y para terminar con estas digresiones sin ton ni son, voy a referirme brevemente, tratando de ensayar un pequeño tratado sin previo ensayo, sobre la cotidianeidad de la palabra “cotidiana”, femenino de “cotidiano”.
Lo cotidiano, lo diario, lo de todos los días; no es tarea fácil sustraerse de lo cotidiano, de lo que diariamente uno hace con tanta seguridad y muchas veces mecánicamente: uno se levanta y lo primero que hace es asearse, mirarse raudamente al espejo tratando de no detenerse en la cara y mucho menos en el pelo: más tarde tendrá una forma más coherente, seremos como somos, o trataremos. Luego nos dirigimos a la cocina, preparamos nuestro desayuno de la manera que más nos gusta, escuchamos las últimas noticias, no vaya a ser que el mundo haya sucumbido mientras dormíamos y no nos hayamos enterado; prestamos especial atención a una cuestión, yo diría, casi vital para el devenir de nuestro día: la temperatura, la humedad y la presión atmosférica; la dirección del viento es, sin ninguna duda, la clave; según estos datos meteorológicos, nos disponemos sicológicamente para vivir lo cotidiano, lo de todos los días. Durante las horas matutinas desarrollamos nuestra actividad cotidiana siempre pensando qué haremos de comer. Almorzaremos lo que tantas horas nos ha ocupado el pensamiento y lo que en tan poco tiempo hemos realizado: una ensalada con un huevo duro. Listo.
Lo cotidiano no ha terminado con el almuerzo. Seguramente haremos una breve pausa en posición horizontal para luego tomar la decisión de cortar la tarde con un breve té o cafecito. Quizás recibamos alguna visita, atendamos el teléfono, conversemos con alguien que está viviendo su propia cotidianeidad, y trataremos de comprenderlo, pobre, qué vida tan aburrida, siempre hace lo mismo; al declinar el sol, comenzaremos a pensar qué haremos de cenar, debemos recuperar las fuerzas, pero carne no, me cae pesada de noche, así que me decido por un plato de sopa o una taza de café con leche y una rodaja de pan con queso. Nos quedaremos un rato más dando vueltas por la casa, veremos que todo esté en orden y en su lugar, temerosos de que alguien entre durante la noche y vea la casa revuelta.
Lo cotidiano, lo diario, lo de todos los días, ya ha terminado. Mañana empezará otro día con su cotidianeidad. Quién sabe, a lo mejor haya alguna sorpresa o tengamos alguna linda noticia. Con este pensamiento me dispongo a acostarme para gozar de un merecido descanso.
Hasta mañana.

Conclusión
Y así he relatado, a mi manera, los “Cuentos cortos inspirados en la vida cotidiana”, que lo único que tienen de “cuentos” es que de cuentos no tienen nada; de “cortos”, que no tienen la culpa que yo tenga tan corta imaginación; de “inspirados”, que la ausencia de inspiración asusta; “en” y “la”, no merecen ningún tipo de comentario, es más, podrían no estar; de “vida”, que merece ser vivida, ya que si estuviéramos muertos, sería demasiado tarde; y por último, de “cotidiano”… mmm…qué puedo decir… Lo cotidiano…
¡No! ¡Mejor no empiezo de nuevo!

Nota del autor:
Perdón Juan Calou.

Gloria Brandán

martes, 18 de septiembre de 2007

LAS DOS LUNAS

En un oscuro rincón de la gran sala, vestida con un traje negro, está La Guitarra. Apoyada en la pared, entre dos sillones, transcurre largos, solitarios y silenciosos días con sus noches, recordando aquellos deliciosos momentos cuando la sala bullía de música. Sí; ella sabe muy bien qué es la música porque de su propio corazón de luna nueva brotan sonoras notas que juntas crean hermosas melodías. Y eso, para ella, es la música. Claro está, siempre necesita de Alguien para que de su interior surjan aquellas armoniosas notas. Viene a su memoria un hombre de pelo blanco y barba que la levantaba suavemente, le quitaba el traje negro y tomándola del brazo, la colocaba sobre sus piernas. Una mano se adhería con firmeza a su diapasón de ébano y la otra, rodeándola por su cintura, subía y bajaba, cerca de su oscuro corazón, tocando los hilos de plata que cruzan su cuerpo. Ella escuchaba la voz de Alguien, en perfecta armonía con su música, entonando canciones de amor, reencuentros y adioses.
Recuerda perfectamente bien a ese Alguien porque todos los días y a la misma hora, repetía la misma rutina. Desde el rincón, ella reconocía los pasos cuando se acercaban. Los oía; mas no lo podía ver hasta que él le quitaba, con sumo cuidado, su vestido largo hasta los pies que le impedía toda visión. Ésa era una cuestión que siempre rondaba en su mente. ¿Por qué Alguien le coloca ese traje duro y frío, tan oscuro y cerrado que no la deja respirar, asfixiándola? ¿No se dará cuenta que le gusta disfrutar del aire y la luz? Ella sabe reconocer perfectamente el aire y la luz porque más de una vez, luego de estar con ella, Alguien se olvidaba de vestirla y quedaba recostada en el sillón. Permanecía allí, quieta, inmóvil, viendo cómo todo a su alrededor cambiaba de color según pasaban las horas. Por la mañana la luz entraba por la ventana, victoriosa; por la tarde, entristecida; por la noche, difusa. Disfrutaba de ese reposo que le permitía descansar de las largas horas transcurridas, de pie en el rincón, hasta que, al escuchar aquellos pasos, su corazón volvía a palpitar ansioso esperando que Alguien la desvistiera.
Pero ahora todo es distinto. Las horas pasan lentamente en oscuridad, en soledad y en silencio… No puede reconocer si es de día o de noche. Hace tiempo que no escucha los pasos de Alguien; que no ve la luz ni siente el aire; que no escucha la música de su corazón de luna oscura…

Ruidos. Ventanas que se abren y puertas que se golpean. La guitarra se sobresalta; sale de su silencioso letargo y se queda esperando ansiosa, curiosa. No entiende qué sucede. Siente su corazón palpitar, a la espera de los pasos de Alguien. Ya vienen, ya se acercan…
Pero esta vez son distintos. Más ligeros, ágiles y presurosos. La levantan del rincón, la desvisten, la liberan de su traje que la aprisiona y la colocan suavemente sobre el mismo sillón. Encandilada por la luz que entra a raudales por la ventana abierta, siente el aire que acaricia su cuerpo, su cintura, su brazo, que se introduce en su corazón ahora levemente iluminado por un rayo de luz.
Desde allí alcanza a divisar un destello que no recuerda haber visto antes. Algo la encandila desde el frente del sillón. No alcanza a distinguir qué produce aquella luminosidad que se refleja en su diapasón encegueciéndola.
-¿Qué es esto? ¿Quién está allí? ¿Quién eres? – pregunta La Guitarra curiosa.
Por toda respuesta escucha un lejano rumor.
Insiste:-¿Quién eres?
Silencio.
Las horas transcurren mientras la luz de la ventana se va disipando. El reflejo del frente se convierte en un suave color plateado. Sin embargo La Guitarra no deja de mirar hacia aquel destello que no recuerda haber visto antes.
Ya no está encandilada; puede distinguir bien a su antiguo compañero de sala: un mueble marrón, con cuatro patas cortas y sobre él, el nuevo brillo color plata.
-Chist, chist - Insiste nuevamente aunque con algo de timidez. -¿Quién eres? ¿Sabes hablar? Estoy aquí, sobre el sillón del frente, ¿me alcanzas a ver? ¿Eres nuevo en la sala?- Las preguntas salían a borbotones de su boca.
-¡Shhh! No grites. Te escucho-. La voz venía del reflejo del frente. -Te he escuchado desde esta mañana. No grites, por favor. Hoy no se puede hablar. Mañana lo haremos.
-¿Mañana? Pero a lo mejor mañana me vuelven a vestir y me ponen de pie nuevamente en el rincón vaya a saber hasta cuándo –contestó angustiada La Guitarra.
-No te preocupes- contestó el reflejo. -Eso no va a suceder. Te lo prometo. Mañana te explico.
La Guitarra quedó en silencio, perpleja. No le queda otra opción que esperar al día siguiente. Escucha pasos. Mas no son los pasos de Alguien a quien ella reconocería en seguida. Tampoco son los pasos ligeros y presurosos que escuchó esa mañana. Algunos brazos la levantan, le acarician su cuerpo, pasando las manos por su cintura con respeto, con discreción. Pero nadie le hace brotar la música de su corazón, ni escucha la voz del hombre con canas y barba, que entonaba canciones en armonía con sus hilos de plata. No. Vuelven a depositarla con suavidad sobre el sillón. No la visten. No le colocan el traje negro.
Cómo saber lo que sucede. Deberá esperar que transcurra la noche y llegue el nuevo día como le recomendó el destello plateado. No le colocaban el traje negro.
La luz tenue se va convirtiendo en tinieblas; pálidos haces de luz vienen del interior de la sala y de otros lugares más lejanos. No conoce esos otros lugares; solamente esa sala. Siempre ha estado allí, esperando a Alguien. Un murmullo permanente en la sala la adormece y pierde la noción del tiempo…

Una brisa de aire la despierta de su letargo; la luz entra nuevamente por la ventana; primero suave, luego más fuerte, brillante. Al frente suyo el destello vuelve a encandilarla; se sacude la modorra; la noche al aire libre le ha sentado de maravilla. De pronto recuerda los acontecimientos del día anterior.
-Chist, Chist – llama. No tiene otra forma de hacerlo. -¿Cómo te llamas? Yo soy La Guitarra, ¿y tú?
-¡Shhh! Habla despacio que lo mismo te escucho. Te he oído toda la noche mientras dormías- dice impaciente el destello y cambiando el tono de voz, exclama: -¡Qué hermosas melodías brotan de tu corazón cuando duermes!
-¿Yo? ¿Cómo puede ser? Nadie me ha levantado del sillón.
-Entonces has estado soñando.
-Seguramente, porque no recuerdo que nadie me haya levantado en sus brazos. Pero… ¿cómo te llamas? –pregunta otra vez La Guitarra.
-Soy Portarretrato. Me compraron ayer porque las personas necesitan mi corazón para colocar una fotografía. ¿Alcanzas a ver?
La Guitarra, todavía un poco encandilada, hace un esfuerzo tratando de mirar con más detenimiento a Portarretrato. En el centro, rodeada de un gran marco de plata, la cara del hombre de pelo blanco y barba la mira con compasión. Al menos eso le parece, pero no entiende qué hace Alguien allí, en el corazón de luna llena de Portarretrato. Sin poder disimular los celos, exclama:
-¡Con razón nadie me levantaba del rincón! Ahora está contigo. ¿Qué tienes tú para ofrecerle?
-¿Yo? Nada. Solamente mi corazón de luna llena. Acá está. ¿Lo ves?
-¿Y por qué está allí? No entiendo por qué necesita de ti para mostrarse.
-Ahora necesita de mí. En cambio a ti ya no te necesita más.
La Guitarra, confundida, sigue sin entender.
-¿Me puedes explicar, por favor? No comprendo lo que quieres decirme- contestó
enojada La Guitarra, al mismo tiempo que le invadía un leve sentimiento de celos.
-Anoche, mientras tú dormías y cantabas entre sueños- le explica Portarretrato- escuché algunos comentarios. ¿Acaso no te diste cuenta que había muchas personas?
La Guitarra recuerda los pasos presurosos y sigilosos del día anterior; las manos que la levantaban y la acariciaban con respeto y discreción; los murmullos que la adormecieron sobre el sillón.
-Ahora que me dices… sí. Me parecía extraño todo lo que sucedía anoche, incluso que no me pusieran el traje negro y que no me depositaran en el rincón. Pensé que Alguien se había olvidado de mí.
-No, no. Estás equivocada- le contesta Portarretrato. -Ese hombre de pelo blanco y barba a quien tú llamas Alguien, no te ha olvidado. Te ha llevado en su corazón hacia otra morada. Por eso has pasado la noche en el sillón, para que todos te vean ya que tú eras su compañera del alma; pero no puede llevarte con él. Solamente se llevó tu música.
La Guitarra enmudece. No necesita más explicaciones. Ahora comprende que ya no volverá a escuchar los pasos de aquel hombre de pelo blanco y barba que todos los días le quitaba su traje negro y la rodeaba con los brazos por su cintura; que tocaba con sus manos los hilos de su corazón de luna nueva haciéndole brotar suaves armonías y que cantaba con melodiosa voz canciones de amor, reencuentros y adioses.

Aquel hombre a quien ella llama Alguien, se ha llevado su música hacia su otra morada. Seguramente un nuevo Alguien se acercará con otros pasos, que ella aprenderá a reconocer; la tomará entre sus brazos y le hará brotar bellas melodías de su corazón de luna oscura, frente al destello plateado de luna llena; y una nueva voz se acoplará con ella en hermosas armonías.
Pero aquellas melodías, aquella armoniosa voz y los pasos del hombre de pelo blanco y barba, quedarán guardados en su memoria y no volverán a repetirse jamás.
Solamente en sus sueños.

ZAMBA

“Una música en la noche/ y en el aire una esperanza. La "Zamba" juega su juego/ ronda de amor sin palabras”.
(Andrés Chazarreta)

La zamba es una danza que deriva de la zamacueca, baile popular del Perú. Se bailó en el siglo pasado en todas las provincias argentinas y actualmente aún se conserva alguna vigencia en las occidentales y norteñas. Es, junto con la chacarera, el género más difundido de música autóctona. Carece de una coreografía predeterminada, dejando a los bailarines crear su propia interpretación mediante un juego mímico altamente significativo; los pañuelos que lucen los bailarines, actúan como transmisores mudos pero elocuentes del sentir de los intérpretes, destacándose la intención del varón en el propósito de conquistar a la dama. La zamba consta de dos partes: en la primera, el hombre trata de conquistar a la mujer pero ésta se muestra esquiva; en la segunda, la mujer acepta los galanteos de su compañero.

En el año 1988, mi marido y yo, junto a un grupo de amigos, fuimos invitados al recital de unos folcloristas santiagueños no muy conocidos por estos lares, quienes presentaban el lanzamiento de un nuevo trabajo discográfico en el auditorio de Radio Nacional de la ciudad de Córdoba. Fue grande nuestra sorpresa al encontrar la sala llena, ya que nuestra música y danzas nacionales estaban en decadencia y no gozaban de mucha popularidad.
Luego de acomodarnos en nuestros asientos, comenzó el espectáculo. Tras un juego de luces, aparecieron en el escenario los protagonistas: Peteco Carabajal, poeta y cantor de Santiago del Estero, junto a Jacinto Piedra, también santiagueño, quien hacía sus primeros pasos en el folclore, ya que su pasión era el rock, y digo era, porque al poco tiempo, Jacinto falleció en un accidente automovilístico, dejando para la posteridad hermosas composiciones y un recuerdo imborrable por su aporte al folclore nacional.
Poco a poco se fue creando el clima de fiesta. Los aplausos al ritmo de chacareras, gatos, escondidos y zambas, resonaban en la sala haciendo vibrar los corazones y las gargantas. Los artistas desarrollaron un espectáculo inolvidable; la puesta en escena nos transportaba a los patios de Santiago, donde aún hoy las familias se reúnen para cantar y bailar junto a amigos que no necesitan invitación para compartir un vaso de vino o unas tortillas al rescoldo con mate bien cebado.
Luego de una imparable serie de chacareras, el escenario se oscureció. Los aplausos se acallaron y el público quedó en silencio.

El llanto de un violín llena la sala acompañado por los suaves acordes de una guitarra. A lo lejos, un repique de bombo marca el ritmo de un corazón enamorado. La luna llena asoma en el monte santiagueño iluminando el centro del escenario donde, acurrucada cual paloma anidando, una bailarina vestida de blanco espera. Desde otro extremo, el hombre se acerca lento y con paso firme hacia la mujer. Con suavidad le toma una mano, al tiempo que la etérea figura se contornea en su frágil blancura. Desde un rincón anónimo, la lejana voz del cantor interpreta una zamba: “Mientras bailas”. La bailarina, con movimientos suaves, avanza y retrocede; mira con timidez al hombre, esconde el rostro tras el pañuelo, baja la mirada. Sus pies descalzos parecen no tocar el suelo. El hombre, con arrestos y pasadas, va conquistando el amor de la joven. Los pañuelos, extensiones de sus manos, se despliegan en un diálogo mudo, uniéndose y enredándose, para luego volver a separarse en un juego amoroso.
Juan y María bailan su danza enamorada. La bailarina consiente la declaración de amor con un revoloteo del pañuelo. Terminando el baile, se funden en un abrazo final con los pañuelos entrelazados en sus manos.

Este espectáculo artístico quedó grabado en mi memoria por su hermosura, ternura y simpleza: la hermosura de una danza de amor, la ternura del abrazo final y la simpleza de las cosas simples.

DEUDA SALDADA

I
GOTAS SALADAS

Éramos dos extraños. Jamás nos hubiéramos conocido de no haber sido por aquel extraordinario suceso.
Recuerdo aquel día. Yo me aprestaba a salir como todas las mañanas, cuando sonó el teléfono. Levanté el tubo y, antes de decir “hola”, una voz desconocida preguntó por mi padre. Sin dar ningún dato, pregunté quién llamaba. La voz me dijo que era un pariente lejano que quería contactarse con él, a lo que yo contesté que mi padre había fallecido hacía ya más de diez años y que si quería hablar conmigo, yo estaba a su entera disposición. Luego de unas palabras de cortesía, y prometiendo volver a llamarme, cortó. Quedé muy sorprendido por el llamado. Una serie de circunstancias me hacían dudar: mi padre, hasta el momento de su muerte, no había vivido jamás en esta casa, y además nunca supo de mi existencia. ¿Cómo pudo esa persona saber el número de mi teléfono, y además preguntar por mi padre? Estas dudas ocuparon mi mente todo el día y, llegada la noche, en la soledad de mi habitación, las preguntas se acumulaban en espera de alguna respuesta. Antiguos reproches contra mi padre que yo creía olvidados, vinieron de nuevo a mis recuerdos.
Pasaron varios días y al no recibir otro llamado, fui olvidando el extraño suceso. Hasta llegué a pensar que había sido un error, una comunicación equivocada.

Una mañana, caminando rumbo a mi trabajo, reparé en un hombre que iba adelante de mí. Me llamó la atención su vestimenta: sombrero de copa, capa negra y bastón. “¡Qué extraño!, pensé, ya no hay gente que se vista de esta manera”. Al llegar a una esquina, el hombre se detuvo bruscamente y tomándome del brazo, me dijo:
-Disculpe usted, ¿me hace el favor de subir al coche?
No atiné a preguntar nada; la sorpresa anuló mi poder de reacción. Subí a un antiguo auto negro; el hombre lo hizo tras de mí, con el coche casi en movimiento. Cruzamos la ciudad y nos adentramos en un barrio al que nunca había visto, ni sabía de su existencia. Las calles eran estrechas y con empedrado, las farolas en las esquinas todavía estaban encendidas; las veredas eran muy angostas y todas las casas tenían las ventanas y puertas cerradas. Aunque era de día, nadie circulaba por las calles. Era algo así como un pueblo fantasma, de esos que se ven en las películas del oeste. Al tiempo de andar, el hombre se quitó el sombrero y pude ver su rostro, recio y sensible a la vez, y con una pequeña sonrisa en sus labios, me dijo:
-No tenga miedo, Francisco, nada va a sucederle. Simplemente soy un mensajero. Después de decir esto, el hombre volvió a quedar en silencio. Me quedé sorprendido, no solamente por sus palabras, sino porque me llamó por mi nombre.
Anduvimos cerca de media hora por calles y callejones desconocidos. A dónde fui, no lo sé, ni lo sabré jamás. Por fin el coche se detuvo. La puerta se abrió y el hombre me hizo una seña para que descendiera. Me encontré frente a una casona del siglo pasado rodeada de un inmenso parque descuidado. Al frente había una fuente con una estatua de donde manaba agua cristalina. Al pasar junto a ella, unas gotas saladas salpicaron mis labios. Pensé que estaríamos cerca del mar.
Junto al silencioso hombre de capa y sombrero, subí las grandes escaleras que terminaban frente a una enorme puerta de madera la cual se abrió apenas llegamos. Entramos a un gran salón estilo victoriano totalmente vacío. En el otro extremo, un enorme hogar con leños abrazados por lenguas de fuego, daba un marco de infernal pesadilla; sobre la estufa, iluminado por los destellos naranjas de las llamas ardientes, un gran cuadro colgaba de la pared. Quedé petrificado. Era el retrato de mi madre. A un costado, el único mueble del salón, nos daba la espalda. Con una seña, el hombre de capa y sombrero me indicó que me acercara al sillón y, con paso vacilante, caminé hipnotizado sin quitar la vista del cuadro.

II
SALMUERA

Isabel era una joven pueblerina del interior de la provincia. Había conocido a Esteban en uno de los viajes que el joven hacía al interior, representando la empresa de su padre. El destino hizo que se enamoraran perdidamente lo que provocó más de un furtivo encuentro amoroso. En medio de esos momentos de prometida felicidad perenne, Isabel quedó embarazada. Ambos eran muy jóvenes, apenas dieciséis años ella, y veintiuno él. Pero eso no era un impedimento para casarse. Sí lo era el compromiso de Esteban de contraer matrimonio con una muchacha de la ciudad, lo cual Isabel ignoraba totalmente.
Paulatinamente, el joven fue espaciando sus viajes y los encuentros con Isabel, quien al verse abandonada, sintió una gran desazón que con el tiempo fue transformándose en un profundo resentimiento cada vez más fuerte. Sentirse engañada y utilizada, la hundía cada vez más en su amargura, mas ella se cobijó dentro de su vientre junto al hijo que llevaba en él. La salmuera de sus lágrimas corría por sus mejillas y su vientre redondeado, dejando surcos. Atrás quedaron las dulces caricias y los encuentros amorosos, pero más atrás aún, las promesas de su enamorado.
Esteban volvió a la ciudad y no regresó jamás a aquel pueblo donde estaban sus dos amores: Isabel y su hijo, a quien nunca conoció. Contrajo matrimonio con la joven, hija de unos acaudalados empresarios, con quienes su padre había hecho un compromiso por conveniencia. La juventud del muchacho le impidió revelarse contra la autoridad paterna, ni dar a conocer su amor abandonado en aquel pueblo del interior.

III
MANANTIAL

-Disculpa que no te ofrezca asiento, Francisco. No quedan más muebles en esta vieja casa-, la voz desde el sillón me hizo regresar de la paralizante hipnosis.
–Acércate, quiero verte-, dijo pausadamente.
Di la vuelta al sillón y me detuve mudo y expectante frente a él. Las llamas de la estufa iluminaban el rostro viejo y arrugado de mi padre. Dos profundos surcos descendían desde sus apagados ojos hasta más allá del cuello de su camisa.
-No entiendo… ¿Qué haces acá? ¿No habías muerto?-, dije con voz temblorosa.
-Hay muchas cosas que no vas a entender. Solamente estoy aquí para saldar una deuda; después de que escuches lo que debo decirte, podrás marcharte.
El hombre de capa y sombrero había desaparecido. Yo estaba solo delante de mi padre, a quien creía muerto hacía diez años.
Siguiendo el hilo de mis pensamientos, continuó diciendo con voz apenas audible:
-Sí… hace diez años, es cierto.
-Pero…-, intenté decir unas palabras, mas el viejo me interrumpió.
-Por favor, no digas nada, sólo escucha, no tengo demasiado tiempo-. Su voz se iba debilitando cada vez más. –Toda tu vida creciste convencido de que yo no sabía de tu existencia. Tu pobre madre, a quien amé hasta la locura, así lo decidió y yo respeté su voluntad. Es verdad, me lo merecía ya que la abandoné cuando más me necesitaba, justo un tiempo antes de que tú nacieras. Habrás visto alguna fotografía mía cuando, luego de su muerte, resolviste vender la casa del pueblo.
El anciano hizo una pausa. El silencio volvió a inundar la habitación, interrumpido solamente por el crepitar de las ardientes llamas.
-Esta es la primera vez que tú me ves-, continuó mi padre, -y la última. Quiero que sepas que mi amor por Isabel, tu madre, es eterno e infinito como lo es nuestro amor por ti. La fuente que está en la entrada de la mansión mana las lágrimas derramadas durante toda nuestra vida. El amor, hijo mío, no termina con la muerte; ahora nuestras almas están juntas. Bien vale cualquier sacrificio para obtener tu perdón… Te traigo las más dulces caricias de tu madre que te ama más allá de todo…

Sin terminar la frase, su figura se diluyó. Los leños se apagaron. La oscuridad y el silencio eran completos. Sus últimas palabras quedaron resonando en mis oídos como un eco interminable. Aturdido, salí corriendo de aquel lugar, tratando de huir de lo que parecía ser una pesadilla. A medida que me iba alejando, todo se disipaba en la nada: el salón, el retrato, las escaleras, la casona.
Como única testigo de lo sucedido, en medio de la nada, estaba la fuente, en cuyo centro se erguía la estatua. Me acerqué y reconocí en ella el rostro de mi madre. El cincel de la sal había marcado en las mejillas de piedra, dos profundos surcos que se extendían hasta su vientre plano, por donde se deslizaban, sin pausa, transparentes hilos de lágrimas, desde los ojos hasta la fuente.
Me tendí a sus pies y lloré. Las lágrimas de mis padres, junto con las mías, fue trocándose en manantial de fresca agua dulce, en el cual sacié mi sed de consuelo. Entonces comprendí el sacrificio de ambos: el alma de mi madre viviría por siempre dentro de la blanca y fría piedra, mientras mi padre recogería eternamente las lágrimas derramadas de su amada.
Lloré la muerte de mi madre y su sacrificio después de la muerte; lloré la muerte de mi padre a quien, finalmente, conocí después de su muerte; lloré su sacrificio.
Y lloré mi perdón.

lunes, 17 de septiembre de 2007

AZUL

La calidez de la arena y el murmullo del oleaje eran una canción de cuna para sus oídos. Poco a poco sus músculos se iban relajando y acomodándose en la suavidad de la playa. Sus párpados le pesaban hasta vencer sus ansias de admirar el atardecer, lejos de todo ruido, lejos de todo.
Una gran ola la levantó sobre la cresta y la condujo hacia las profundidades del mar. Un lugar totalmente desconocido y a la vez de una belleza extraordinaria se abrió ante sus ojos; se sentía feliz. Su aleta verde azulino comenzó a moverse lentamente de un lado hacia el otro; los brazos se mantenían a los costados de su ágil cuerpo; ni siquiera era necesario moverlos. La frescura del agua en su rostro. La larga cabellera dorada le acariciaba su espalda desnuda. Estaba en su mundo, en su hábitat: el fondo del mar.
Mientras más agitaba su aleta, más rápido se deslizaba. Nadaba sin esfuerzo alguno, sintiéndose libre, por lugares increíbles, por cuevas azules que la conducían a extraños parajes nunca imaginados. El agua cristalina le producía una extraña y agradable sensación de placidez, de libertad, de paz. Algunos peces la saludaban a su paso, otros la seguían como un gran cortejo al grito de ¡viva, viva! Los rostros de los peces le resultaban familiares, mas ella no le dio importancia a ese detalle; siguió meneando su aleta verde azulino adentrándose cada vez más en el mar azul, hipnotizada, como si el llamado de alguien retumbara en su interior. Cada vez eran más los peces que la seguían vitoreándola a su paso. Se deslizaba en el agua en un profundo éxtasis. Una melodía suave invadía sus oídos, atrayéndola hacia un maravilloso y brillante castillo azul. A medida que se aproximaba, lejanos golpes cobraban más fuerza y más potencia, mas la melodía la imantaba y la seducía.
Todo era azul. Azul como el mar. Y allí, el maravilloso y brillante castillo azul.
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Su aleta ya no se mueve con tanta agilidad; el aire comienza a escasear y cada vez es más difícil mantenerse bajo el agua. Escucha fuertes golpes y ruidos estridentes. La música se desvanece junto con el castillo azul, las cuevas, el cortejo de peces, su aleta verde azulino… y el mar.
Las piernas se mueven con desesperación; sus brazos se agitan y su rojo cabello ensortijado le tapa los ojos. La espuma no la deja respirar.
Los golpes se convierten en gritos; los gritos en alaridos y los alaridos en llantos. Sus hijos golpean la puerta del baño, llaman, gritan, lloran. Rápidamente sale de la bañera y sus pies resbalan en el piso inundado con agua jabonosa.
Su vida real ha regresado.
Su sueño de sirena se ha desvanecido como el brillante y azul castillo del fondo del mar.
Gloria Brandán

jueves, 13 de septiembre de 2007

SOLICITUD DE EMPLEO

TIERRA DE PAZ

Estoy buscando un empleo de cualquier naturaleza. A lo mejor alguno que sobre de algún festival de la alegría. Tengo para aportar miles de sonrisas y carcajadas estruendosas, y que me salten las lágrimas hasta desfallecer de un feliz ahogo.
Puede ser un puesto como acomodadora en las butacas de un teatro donde se represente lo mejor de la vida: un matrimonio feliz, un nacimiento deseado; una familia unida junto a sus viejos amparados.
Quizás un cargo en el ministerio de un gobierno interesado en cobijar a los niños que no tienen hogar, que ganan el pan duro limpiando vidrios de autos de gente sin escrúpulos, que les dicen “no tengo nada”, cuando en realidad no tienen forma de ocultar una manzana.
Y qué tal de jardinera de alguna plaza de barrio, donde los niños jueguen sin molestar a los indeseables, que con chistidos e insultos los corren a sus casas, donde una pantalla chica deforma su pensar.
Quiero tener un empleo que me permita desarrollar mis ansias de un mundo mejor, donde no haya tristeza, ni hambre ni abandono; donde las aves vuelen y canten sin que un disparo les corte las alas y calle su canto; donde los árboles crezcan más allá de sus posibilidades; donde un camino me lleve del otro lado del horizonte, allí donde se junta el cielo con la tierra en un suave amanecer coronado con la luna que se está por esconder.
Tengo un tesoro guardado en las arcas de un banco cordial; la suma de voluntades que quieran participar de este proyecto a plazo fijo, aumentará el depósito de buenas intenciones y de anhelos realizables. Está a disposición de todo aquél que desee cumplir con mi petición de un empleo, tiempo completo y dedicación exclusiva, aunque, pensándolo bien, seguramente se produzcan nuevas vacantes para todos aquellos que deseen trabajar para vivir mucho mejor en una tierra de paz.

Gloria Brandán

TEATRO: "HOY ESTRENO"

El telón se cerró mientras en la platea todavía el público aplaudía de pie. Como era de esperar, el estreno había sido todo un éxito.
La sala iba quedando vacía mientras los espectadores se retiraban lentamente en medio de un ensordecedor murmullo monocorde, que disminuía a medida que salían al frío de la noche. El aire viciado por el perfume de las mujeres y el humo del tabaco de los hombres, era fiel recuerdo del debut a sala llena. Tras bambalinas, los actores se felicitaban unos a otros llenos de alegría; luego se dirigirían a sus camarines para quitarse los trajes, colocarlos en los percheros y dejarlos listos para el día siguiente. En adelante todo sería igual, menos la emoción del primer día de actuación. Durante todas las funciones siguientes, se cumpliría la misma rutina: los diálogos, el vestuario, las luces y la música se repetirían hasta la monotonía; el estrépito que provocaba la entrada y la salida del bullicioso público marcaría el inicio y el final de cada noche de luces.
Como era costumbre, los actores, los productores y el director de la obra salieron a brindar por el éxito del debut, en medio de risas y eufóricos gritos. Algunos se despedían de él con un simple e inexpresivo “buenas noches” o “hasta mañana”; otros pasaban a su lado sin tener en cuenta, siquiera, su frágil existencia.
Sólo quedaban el silencio de las butacas vacías, el eco del estridente sonido de la música, el fantasma de los aplausos y los últimos destellos de las luces en el escenario. Lo único que daba crédito de la presencia de él, era el ruido de las puertas que iba cerrando. Todo ha pasado tan rápido... El ir y venir de los actores, las largas horas de ensayo, la elección del vestuario, las luces, la enloquecedora música, el frenesí del día del estreno... Sus pasos retumbaban en el profundo silencio reinante. ¡Qué lástima! Ya pasó el estreno. Todo ha transcurrido tan rápido...

El vacío...
El silencio...
La oscuridad...
Sabía que avanzarían, desde el fondo, como queriendo atraparlo con sus largos brazos a medida que iba apagando las luces desde la marquesina hasta el escenario. Ésta sería su rutina, única compañía en la soledad de sus noches. Después de tantos años, él se sentía como si fuera parte del inventario junto a los restos de antiguas representaciones. El teatro quedó vacío; él, solo en el silencio que lo aturdía y en la fría oscuridad que lo abrazaba.
El sereno recogió sus pocas pertenencias, encendió la linterna y se dirigió hacia la puerta arrastrando sus cansados pies. Subió por la angosta escalera caracol que lo conducía a su habitación. Sabía que cuando se acallaran los ruidos y se apagara la última luz, comenzaría a escuchar la misma melodía, como todas las noches, desde siempre.

En la soledad de su habitación, su presencia llenaría el vacío...
El sonido de los primeros acordes acallaría el silencio...
En un remoto rincón del teatro, una eterna vela encendida sobre el viejo piano iluminó la oscuridad...

Gloria Brandán

A MERCED DE UN INDECISO

Tengo ganas de vivir, mas no depende de mí. Alguien lo tiene que decidir pero su dolor que me involucra, me lastima y me hiere. Pero alguien está indeciso…
Escucho que la vida vale la pena vivirla, más allá de la injusticia, la tristeza y el abandono. Pero alguien está indeciso…
También oí algo sobre el amor. Y se supone que yo existo por un amor. Mas alguien está indeciso…
Algo late dentro mío y no sé qué es. Vivo en un mundo aislado lejos de los ruidos, de las discordias, del aire, del sol… Pero sé que quiero la vida. Esto que late dentro de mí pide la vida. Pero alguien está indeciso…
Escuché sobre la felicidad. Eso sí que no lo entiendo. Quizás el indeciso sepa darme una oportunidad para conocer la dicha de vivir; entonces diré con toda el alma: ¡no me mates, estoy vivo!

Gloria Brandán

lunes, 10 de septiembre de 2007

MIENTRAS DORMIA

2 de mayo de 2007

Para Susi,
a quien siempre recordaré como símbolo de lucha por la vida.

No sé qué había sucedido antes; no sé qué sucedió después. El durante es el recuerdo de aquel oscuro sueño, en una siesta de primavera de un octubre luminoso, que se convirtió en tinieblas apenas desperté.

Deslizándome sobre una inmaterial alfombra a través de un largo pasillo y con latidos arrítmicos que provocan una extraña angustia, iba descorriendo negros telones que separaban habitaciones desconocidas, al mismo tiempo que me acercaba hacia donde yo sabía que no quería llegar. Innumerables velas se iban encendiendo a mi paso iluminando los ambientes y trocando los colores y las imágenes en indecibles y fantasmagóricas sensaciones visuales. Al pasar de una habitación a otra, la anterior quedaba totalmente a oscuras. El pasado era oscuro; el futuro, incierto; el insondable presente, temido.

Mis sentidos percibían presencias a ambos lados del interminable pasillo, pero el baile tortuoso de las llamas contorneándose a mi paso, me impedía distinguir los desfigurados rostros. Miradas intrusas pesaban sobre mí dificultándome caminar y, al mismo tiempo, empujándome hacia la oscuridad en un extraño juego de avance y retroceso, de porvenir incierto y pasado en tinieblas. Sólo el temido presente se hacía tangible.

Rojo y negro. Los únicos colores que distinguía mientras me deslizaba por aquel pasillo, eran el rojo y el negro, producidos, quizás, por el efecto de las luces y las sombras de las velas, o quizás me señalaban el color de la sangre y de la muerte.
Las paredes del pasillo se iban cerrando a mi paso; el túnel se hacía cada vez más angosto y oscuro. Ninguna luz destellante me esperaba al final. Solamente un telón negro; el último telón negro que debía descorrer para develar el misterio. Mis pasos se volvían cada vez más lentos; mis pies, cada vez más pesados. De la garganta salían sonidos guturales y los labios se movían sin expresar ninguna palabra. Mis ojos se nublaban con lágrimas que no corrían por las mejillas. Al llegar al último telón, extendí mis manos temblorosas y como en un arranque de locura, tiré...

La última imagen de aquel sueño, único e irrepetible, se presentó frente a mí: en un salón oscuro, custodiado por gendarmes con penachos rojos en sus cabezas, estaba el negro ataúd donde yacía mi amiga Susi.

Una voz lejana me sacó de aquella pesadilla: “Despertate. Estás llorando. ¿Qué te pasa?” Mi respiración entrecortada por la angustia provocada por el sueño, me impedía contestar. Vi el rostro de mi marido que acariciaba mi cabeza, mientras pronunciaba aquellas tan temidas palabras: “Mientras dormías, avisaron que Susi ha muerto”.

Gloria Brandán.

DESDE LA VENTANA

Amanece. Ha llovido durante toda la noche y continúa lloviendo. Las calles están anegadas. Algunos transeúntes pasan corriendo, tratando de cobijarse inútilmente con sus paraguas. Los autos, al pasar, levantan grandes olas inundando las veredas con agua barrosa. No hay viento; sólo una persistente lluvia gris.

Frente a la ventana, de pie, una muchacha. Las nubes acompañan su desdicha. Llora el cielo; llora su corazón. Las gotas de lluvia se deslizan por el vidrio. Allí, inmóvil y muda, observa la danza de las grises bailarinas. La tristeza acapara su espíritu. El dolor que le ha torturado desde siempre el cuerpo y el alma, se ha mitigado.

Una caravana de autos pasa lentamente. Se detiene unos segundos frente a la ventana. Ella esboza una sonrisa invisible y saluda a sus padres y a su hermana que miran la ventana. La lluvia desdibuja su imagen; no alcanzan a verla. Enseguida la caravana retoma la marcha y se aleja.

Desde la ventana, inmóvil y muda, la muchacha ve pasar el auto. Allá va su cuerpo, aquí queda su alma.
Llamando a la tristeza, tañen, a lo lejos, las campanas.

Gloria Brandán

jueves, 6 de septiembre de 2007

VIAJE SOÑADO

Vuelo directo Córdoba – Madrid; asiento número 39, ventanilla. Guardé el boleto en el bolsillo interno de mi chaqueta. Controlé que todas la puertas y ventanas estuvieran bien cerradas y esperé el taxi. No quería que nada ni nadie se interpusiera en mi camino y me hiciera perder el vuelo. Cerré la puerta de entrada, guardé la llave en el bolso de mano y subí al auto.
Apenas unas cuadras, una manifestación de no sé quién y no sé qué asunto, interrumpía el tránsito.-Trate de eludirla-, le dije al chofer. Con gran maestría y conocimiento de las calles de la ciudad, el hombre, con un sinfín de vueltas, eludió el micro centro minado de protestantes, no los de la religión que esos protestan por otra cosa, sino de los que protestan a diario: de obreros que en definitiva eran los más organizados por el sindicato; de actores que no tienen teatros para representar sus obras y despliegan su arte en improvisados escenarios en medio de la manifestación de los maestros que no quieren dar clases por los salarios míseros; de alumnos que no quieren entrar a clase porque los maestros no están, están en la calle protestando y porque las escuelas no tienen calefacción; de los padres de los alumnos que protestan porque los maestros están en la calle y dejan en la calle a los alumnos, y además hace frío para ir a la escuela, como si fuera el primer invierno de la historia, y porque las escuelas están rotas, y no sé cuántos grupos más que protestan, bailan, cantan en cada esquina de la ciudad sitiada. Luego del laberinto ciudadano y progresista, llegamos por fin a la avenida que nos llevaba directo al aeropuerto. -Ya hemos perdido más de media hora. Menos mal que pedí con tiempo el taxi-, le comenté al conductor que mostraba un cierto malhumor.
Al llegar al aeropuerto, no sin antes sortear algunos tramos cerrados por la construcción del nudo vial, noté que había gran movimiento de autos y pocos taxis. Claro, el viaje en taxi desde el aeropuerto a la ciudad es más caro, reflexioné. Bajé del taxi, le agradecí al chofer por su conocimiento de la ciudad, y entré al aeropuerto. La puerta corrediza no corría; estaba atascada, por suerte abierta, con un bolso. Una maroma de gente de todas las edades, de todos los colores, de todos los idiomas y de todos los aromas, inundaba el recinto. Gritos, llantos, improperios, discusiones; rostros serios, enojados y desesperanzados se abalanzaron sobre mí. Personas paradas una al lado de la otra; otras sentadas de a dos o de a tres en una silla de patas vacilantes; otras dormían acostadas sobre sus valijas improvisando un hotel sin estrellas. Unos niños corrían jugando tras una pelota, otros corrían llorando buscando a sus padres; padres que corrían jugando con sus niños y otros que corrían llorando, buscando a sus hijos perdidos en la selva humana. Caos total.
Preguntando, porque preguntando se aprende, llegué a la ventanilla de la empresa aérea que me llevaría a Madrid, mi destino. Una señorita no muy amable, lógico, con todo ese lío es imposible ser amable, me dijo que el vuelo estaba retrasado. -Cuánto tiempo debo esperar-, pregunté tratando de esbozar una sonrisa. -Señor, me dijo sin esbozar sonrisa alguna, deberá tener paciencia, están suspendidos todos los vuelos-. -Pero mire que en Madrid me espera un vuelo para llevarme a Grecia-. -Lo siento, señor, debe esperar-. Tan desesperanzado como los rostros del recinto, me retiré de la ventanilla. La maroma de gente era un mar multicolor y bullicioso. Alguien me habló tratando de consolarme contando su historia parecida a la mía. Otro se acercó y me dijo que llevaba a su hija a Buenos Aires por una operación de urgencia; otro tenía negocios en no sé qué ciudad. Todos debíamos esperar a que se disipe la niebla del cielo y la de los cerebros de los de arriba. Todos los que estaban allí sabían, menos yo.
Un año completo preparando el viaje soñado de mi vida: Córdoba – Madrid; Madrid – Grecia y una vez allí, recorrer toda, toda, toda Grecia, la vida entera recorriendo Grecia. Había ahorrado durante años. Por eso había sacado pasaje de ida solamente. Quería bañarme en el mar Egeo, conocer las islas del mar Egeo, quedarme a vivir en el mar Egeo...
Acomodó su bolso playero y abrió su reposera en la playa de blanca arena. A lo lejos un mar azul celeste se extendía hasta el horizonte. Las olas rompían contra las rocas mojando su frente con pequeñas gotas saladas. La playa estaba llena de turistas acomodados en sus sillas playeras. Algunos niños corrían detrás de una pelota, otros juntaban caracoles; unos lloraban porque se quemaban sus piecitos en la arena ardiente, otros lloraban porque no encontraban a su mamá. Unas mamás que llamaban a sus hijos perdidos entre tanta gente, unos papás que consolaban a sus hijos masajeando sus pies ardidos. Se levantó de la reposera y caminando entre las sillas playeras de los otros turistas, corrió hasta la rompiente. Algunas rocas lastimaban sus pies; quería llegar al mar como fuera. De un salto se zambulló en las tan añoradas aguas saladas del mar Egeo...
Una sirena-señorita vestida de azul-delfín lo rescató de la casi muerte por ahogo- ensoñación; rostros-olas de preocupación lo rodeaban preguntándole si se encontraba bien. -Sí, sí, estoy bien, gracias, perdonen, me quedé dormido sobre mi maleta-, fue lo único que atinó a decir. Levantó su bolso-reposera que había ido a parar al fondo del mar-piso lleno de bolsos-rocas, entre las maletas-sillas playeras de los demás turistas-pasajeros. Sentía en su rostro las gotas saladas de las olas-sudor; la piel le ardía por el calor del sol-luz blanca de la playa-recinto del aeropuerto-mar Egeo; trastabillando entre el gentío-mar, salió corriendo por la puerta abierta, por suerte todavía atascada.
Medio asfixiado, me abrí paso entre la maroma, salí del aeropuerto, tomé un taxi y di al chofer mi dirección. Ya no importaban las manifestaciones, las bombas de estruendo, el tráfico infernal de la ciudad. Quería volver cuanto antes. “No vale la pena ir al Mar Egeo, es muy peligroso, está lleno de rocas y casi me ahogo”.
Gloria Brandán

CURRICULUM VITAE

22 de Noviembre de 2006.

CURRICULUM VITAE


RECORRIENDO MI VIDA

Nací un catorce de octubre de 1955. Mi nombre, Gloria, se debe a la “gloriosa” victoria de la revolución de septiembre de ese mismo año. Mi cuna no fue de oro ni de plata; justamente eso es lo que escaseaba en mi familia. Unos años más tarde, cuando mi razón tenía edad de aparecer, me enteré que tenía seis hermanos y yo era la menor; la niña de los ojos de mi padre, la “Gurita”. Miembro de una familia tradicional y de profunda fe católica, crecí siendo la mimada de mis padres y hermanos, cuestión que me enorgullece.
Difícil será de creer, si digo que siendo niña parecía una espiga. Tan delgada era que un tío, muy dicharachero él, decía: “¡Pero esta chica, no hace ni sombra!”. Con los años, creo que me he reivindicado de tales bromas.
Asistí a uno de los mejores colegios de la época, el Instituto Jesús María, de señoritas, por supuesto, siendo formada en la misma fe de mis padres, abuelos y todos mis antepasados. En el año 1973 recibí el título de Bachiller Humanista (de hecho es el único oficial que tengo), terminando así mis estudios primarios y secundarios.
De mi infancia poco recuerdo: los cuentos de mi abuelo Ramón, los juegos con mis primas durante el verano, la pileta de natación llenada con agua de pozo tan fría, que cuando alcanzaba a calentarse un poquito, había que vaciarla ya que dejaba su color celeste cristalino, para tornarse en un líquido de verde espuma. No eran tiempos de filtros ni limpia-fondos. Esa tarea la hacíamos los más chicos, bajo las órdenes de algún mayor, siempre con cepillo de alambre en mano.
Mi adolescencia pasó entre libros de latín e indescifrables letras griegas: el Olimpo con todos sus dioses y diosas, apuestos y valientes semidioses, inspiradoras musas e increíbles oráculos y pitonisas, fueron la compañía preferida de mis tardes en la lejana y poco ciudadana casa paterna. Sin ninguna duda: la mitología griega y romana era mi lectura preferida, actividad que he desarrollado desde pequeña hasta nuestros días y espero no abandonar. En fin, pocos recuerdos de una seguramente feliz infancia y uno que otro de mi adolescencia, seguramente muy bien adolecida.
Ya más crecida, y en edad de merecer, apareció en mi vida un apuesto gentilhombre, casi podría decir, mi propio semidiós: dotado de humildad, honestidad y buen humor, supo conquistar mi corazón, coronando nuestro amor frente al altar en junio de 1976. De esta amorosa unión nacieron siete hijos, seis varones seguiditos y por fin, la propia niña de nuestros ojos.
Es difícil para mí opinar sobre mis gustos y preferencias. No por falsa modestia, sino porque no sé realmente lo que más me gusta. Soy curiosa por naturaleza, cualidad que me ha inducido a incursionar en distintas actividades, siempre en el orden de lo doméstico, claro está. El hecho de ser madre múltiple ha hecho que desarrolle una interesante cualidad: aprendo oficios viendo cómo los realizan los que saben hacerlos. Así, he cursado variadas profesiones: desde conocimientos básicos de medicina pediátrica, clínica médica general y farmacéutica; cocinera y repostera; bordado de medio punto, tejido con dos agujas, puntillas y caminos de mesa en crochet, hasta aprender de publicaciones especializadas a tejer en telar, oficio de reciente aplicación. Pero también debo admitir que no soy muy amiga de la aguja de coser: los botones de las camisas y los ruedos de los pantalones, son fieles testigos de dicha falta.
Confieso que soy adicta. Pero mi adicción es a la música y al canto. Esta es una materia pendiente en mi currículum, ya que me hubiera gustado profundizar en esos conocimientos que alegran el alma y aquietan el espíritu. Y si es en compañía de amigos, ¡mucho mejor!
En la actualidad, estoy aprendiendo un nuevo oficio, que no por difícil es menos atractivo: la escritura. Sin embargo de ello no voy a hablar; esa tarea dejo a mis pacientes, bondadosos y generosos lectores, si es que hay alguno en este mundo que lea lo que yo escribo.
Por último, y con el fin de terminar con el recorrido de mi vida y sus adyacencias, no puedo concluir sin referirme a la presente etapa: un oficio nuevo, que yo no elegí, debo incorporar a mi listado: una ignorada ocupación que aprenderé sin ningún libro o revista que enseñe el paso a paso de cómo ser una ejemplar, buena y cariñosa abuela. Un nieto ha llegado a nuestra familia: Facundo. Extensión de mi sangre, hijo de mi hijo; desde ahora y hasta los últimos días de mi existencia, éste es y será el mejor oficio que debo aprender, para poder recibir a todos los hijos de mis hijos, extensiones de mi sangre, que la vida y Dios me regalen.
Sueño y ruego por ello.


Gloria Brandán