jueves, 6 de septiembre de 2007

VIAJE SOÑADO

Vuelo directo Córdoba – Madrid; asiento número 39, ventanilla. Guardé el boleto en el bolsillo interno de mi chaqueta. Controlé que todas la puertas y ventanas estuvieran bien cerradas y esperé el taxi. No quería que nada ni nadie se interpusiera en mi camino y me hiciera perder el vuelo. Cerré la puerta de entrada, guardé la llave en el bolso de mano y subí al auto.
Apenas unas cuadras, una manifestación de no sé quién y no sé qué asunto, interrumpía el tránsito.-Trate de eludirla-, le dije al chofer. Con gran maestría y conocimiento de las calles de la ciudad, el hombre, con un sinfín de vueltas, eludió el micro centro minado de protestantes, no los de la religión que esos protestan por otra cosa, sino de los que protestan a diario: de obreros que en definitiva eran los más organizados por el sindicato; de actores que no tienen teatros para representar sus obras y despliegan su arte en improvisados escenarios en medio de la manifestación de los maestros que no quieren dar clases por los salarios míseros; de alumnos que no quieren entrar a clase porque los maestros no están, están en la calle protestando y porque las escuelas no tienen calefacción; de los padres de los alumnos que protestan porque los maestros están en la calle y dejan en la calle a los alumnos, y además hace frío para ir a la escuela, como si fuera el primer invierno de la historia, y porque las escuelas están rotas, y no sé cuántos grupos más que protestan, bailan, cantan en cada esquina de la ciudad sitiada. Luego del laberinto ciudadano y progresista, llegamos por fin a la avenida que nos llevaba directo al aeropuerto. -Ya hemos perdido más de media hora. Menos mal que pedí con tiempo el taxi-, le comenté al conductor que mostraba un cierto malhumor.
Al llegar al aeropuerto, no sin antes sortear algunos tramos cerrados por la construcción del nudo vial, noté que había gran movimiento de autos y pocos taxis. Claro, el viaje en taxi desde el aeropuerto a la ciudad es más caro, reflexioné. Bajé del taxi, le agradecí al chofer por su conocimiento de la ciudad, y entré al aeropuerto. La puerta corrediza no corría; estaba atascada, por suerte abierta, con un bolso. Una maroma de gente de todas las edades, de todos los colores, de todos los idiomas y de todos los aromas, inundaba el recinto. Gritos, llantos, improperios, discusiones; rostros serios, enojados y desesperanzados se abalanzaron sobre mí. Personas paradas una al lado de la otra; otras sentadas de a dos o de a tres en una silla de patas vacilantes; otras dormían acostadas sobre sus valijas improvisando un hotel sin estrellas. Unos niños corrían jugando tras una pelota, otros corrían llorando buscando a sus padres; padres que corrían jugando con sus niños y otros que corrían llorando, buscando a sus hijos perdidos en la selva humana. Caos total.
Preguntando, porque preguntando se aprende, llegué a la ventanilla de la empresa aérea que me llevaría a Madrid, mi destino. Una señorita no muy amable, lógico, con todo ese lío es imposible ser amable, me dijo que el vuelo estaba retrasado. -Cuánto tiempo debo esperar-, pregunté tratando de esbozar una sonrisa. -Señor, me dijo sin esbozar sonrisa alguna, deberá tener paciencia, están suspendidos todos los vuelos-. -Pero mire que en Madrid me espera un vuelo para llevarme a Grecia-. -Lo siento, señor, debe esperar-. Tan desesperanzado como los rostros del recinto, me retiré de la ventanilla. La maroma de gente era un mar multicolor y bullicioso. Alguien me habló tratando de consolarme contando su historia parecida a la mía. Otro se acercó y me dijo que llevaba a su hija a Buenos Aires por una operación de urgencia; otro tenía negocios en no sé qué ciudad. Todos debíamos esperar a que se disipe la niebla del cielo y la de los cerebros de los de arriba. Todos los que estaban allí sabían, menos yo.
Un año completo preparando el viaje soñado de mi vida: Córdoba – Madrid; Madrid – Grecia y una vez allí, recorrer toda, toda, toda Grecia, la vida entera recorriendo Grecia. Había ahorrado durante años. Por eso había sacado pasaje de ida solamente. Quería bañarme en el mar Egeo, conocer las islas del mar Egeo, quedarme a vivir en el mar Egeo...
Acomodó su bolso playero y abrió su reposera en la playa de blanca arena. A lo lejos un mar azul celeste se extendía hasta el horizonte. Las olas rompían contra las rocas mojando su frente con pequeñas gotas saladas. La playa estaba llena de turistas acomodados en sus sillas playeras. Algunos niños corrían detrás de una pelota, otros juntaban caracoles; unos lloraban porque se quemaban sus piecitos en la arena ardiente, otros lloraban porque no encontraban a su mamá. Unas mamás que llamaban a sus hijos perdidos entre tanta gente, unos papás que consolaban a sus hijos masajeando sus pies ardidos. Se levantó de la reposera y caminando entre las sillas playeras de los otros turistas, corrió hasta la rompiente. Algunas rocas lastimaban sus pies; quería llegar al mar como fuera. De un salto se zambulló en las tan añoradas aguas saladas del mar Egeo...
Una sirena-señorita vestida de azul-delfín lo rescató de la casi muerte por ahogo- ensoñación; rostros-olas de preocupación lo rodeaban preguntándole si se encontraba bien. -Sí, sí, estoy bien, gracias, perdonen, me quedé dormido sobre mi maleta-, fue lo único que atinó a decir. Levantó su bolso-reposera que había ido a parar al fondo del mar-piso lleno de bolsos-rocas, entre las maletas-sillas playeras de los demás turistas-pasajeros. Sentía en su rostro las gotas saladas de las olas-sudor; la piel le ardía por el calor del sol-luz blanca de la playa-recinto del aeropuerto-mar Egeo; trastabillando entre el gentío-mar, salió corriendo por la puerta abierta, por suerte todavía atascada.
Medio asfixiado, me abrí paso entre la maroma, salí del aeropuerto, tomé un taxi y di al chofer mi dirección. Ya no importaban las manifestaciones, las bombas de estruendo, el tráfico infernal de la ciudad. Quería volver cuanto antes. “No vale la pena ir al Mar Egeo, es muy peligroso, está lleno de rocas y casi me ahogo”.
Gloria Brandán

1 comentario:

Unknown dijo...

Este viaje imaginario me encantó. Me re prendí en la transfiguración del aeropuerto en playa del Egeo.
Seguí "viajando" con estos relatos y permitinos a nosotros también "viajar leyendote".
Firma: una lectora muy objetiva y crítica.