lunes, 10 de septiembre de 2007

MIENTRAS DORMIA

2 de mayo de 2007

Para Susi,
a quien siempre recordaré como símbolo de lucha por la vida.

No sé qué había sucedido antes; no sé qué sucedió después. El durante es el recuerdo de aquel oscuro sueño, en una siesta de primavera de un octubre luminoso, que se convirtió en tinieblas apenas desperté.

Deslizándome sobre una inmaterial alfombra a través de un largo pasillo y con latidos arrítmicos que provocan una extraña angustia, iba descorriendo negros telones que separaban habitaciones desconocidas, al mismo tiempo que me acercaba hacia donde yo sabía que no quería llegar. Innumerables velas se iban encendiendo a mi paso iluminando los ambientes y trocando los colores y las imágenes en indecibles y fantasmagóricas sensaciones visuales. Al pasar de una habitación a otra, la anterior quedaba totalmente a oscuras. El pasado era oscuro; el futuro, incierto; el insondable presente, temido.

Mis sentidos percibían presencias a ambos lados del interminable pasillo, pero el baile tortuoso de las llamas contorneándose a mi paso, me impedía distinguir los desfigurados rostros. Miradas intrusas pesaban sobre mí dificultándome caminar y, al mismo tiempo, empujándome hacia la oscuridad en un extraño juego de avance y retroceso, de porvenir incierto y pasado en tinieblas. Sólo el temido presente se hacía tangible.

Rojo y negro. Los únicos colores que distinguía mientras me deslizaba por aquel pasillo, eran el rojo y el negro, producidos, quizás, por el efecto de las luces y las sombras de las velas, o quizás me señalaban el color de la sangre y de la muerte.
Las paredes del pasillo se iban cerrando a mi paso; el túnel se hacía cada vez más angosto y oscuro. Ninguna luz destellante me esperaba al final. Solamente un telón negro; el último telón negro que debía descorrer para develar el misterio. Mis pasos se volvían cada vez más lentos; mis pies, cada vez más pesados. De la garganta salían sonidos guturales y los labios se movían sin expresar ninguna palabra. Mis ojos se nublaban con lágrimas que no corrían por las mejillas. Al llegar al último telón, extendí mis manos temblorosas y como en un arranque de locura, tiré...

La última imagen de aquel sueño, único e irrepetible, se presentó frente a mí: en un salón oscuro, custodiado por gendarmes con penachos rojos en sus cabezas, estaba el negro ataúd donde yacía mi amiga Susi.

Una voz lejana me sacó de aquella pesadilla: “Despertate. Estás llorando. ¿Qué te pasa?” Mi respiración entrecortada por la angustia provocada por el sueño, me impedía contestar. Vi el rostro de mi marido que acariciaba mi cabeza, mientras pronunciaba aquellas tan temidas palabras: “Mientras dormías, avisaron que Susi ha muerto”.

Gloria Brandán.

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