jueves, 4 de septiembre de 2008

UNA MODA QUE ME INCOMODA

UNA MODA QUE ME INCOMODA

A lo largo de la historia, la moda ha sido un tema recurrente en reuniones tanto de hombres como de mujeres de todos los estratos sociales. Estilos diferentes se han sucedido según el uso vigente que unos pocos imponen a los consumidores de los caprichos de la moda. Trajes, vestidos, zapatos, colores, peinados, sombreros y un sinnúmero de accesorios que completan los atuendos de la sociedad en su conjunto. Diseñadores de todo el mundo deciden en locos bocetos los más curiosos e intrépidos últimos alaridos de la moda que nos hacen llorar, unas veces de risa y otras de tristeza: risas del ridículo y tristeza por el espanto.

Existe hoy en día una moda que preocupa a muchos hombres y mujeres que se sienten inducidos a seguir modelos impuestos desde la exposición permanente en los medios de comunicación masiva: la moda al culto del cuerpo. La oferta permanente de pastillas milagrosas para adelgazar, de cremas y ungüentos mágicos que reducen la materia grasa orgánica, de sofisticados aparatos de uso doméstico que llenan los espacios libres, tanto físicos como mentales. Si hay tanta oferta, seguramente es porque existe la misma cantidad de demanda. Y esto es lo serio, lo preocupante.
Ya no es cuestión de salud, de bienestar o de sentirse bien. Es cuestión de “verse” eternamente bien.
Están los inescrupulosos que se aprovechan de la moda del culto al cuerpo. Cirujanos plásticos, estilistas, asesores de imágenes, verdaderos escultores que, cual Miguel Ángel, moldean con su cincel eléctrico los más increíbles cuerpos dignos del David y la Venus de Milo. Físicos perfectos, medidas prefijadas, rostros sin expresión con esplendorosos dientes blancos alineados en perfecto orden y ojos estirados sin marcas de edad, labios carnosos que impiden sentir la sensación de un beso, piernas torneadas, bustos exuberantes, abdómenes “extra-chatos”, cinturas de avispa logradas por la mutilación de la bendita costilla flotante que las redondea, cabelleras rubias, rojas y negras, extendidas hasta lo imposible con mechones de cabello extras que dan marco a caras seriadas al mejor estilo Barbi y Ken. Y qué hablar de los tatuajes y de los aros enganchados en cualquier lugar del cuerpo humano.
Todo esto es fruto de grandes sacrificios, tanto económicos como personales. Aquellos que se someten a los bajos instintos de estos inescrupulosos escultores humanos, deben privarse durante largas temporadas de la exposición al público para ocultar los hematomas en ojos, narices y bocas provocados por cruentas cirugías, bandas elásticas que asfixian pero no matan, cicatrices ocultas entre los pliegues naturales de las articulaciones. Verdaderos sacrificios que ameritarán luego infinitos beneficios: entrevistas detalladas a los que se han animado a “cambiar” exponiendo al detalle las experiencias vividas a cuanto micrófono abierto haya dando vuelta por ahí, y una retribución monetaria que recuperará lo gastado durante la reconstrucción de ese bello cuerpo que renació en la mesa de un quirófano.
Por si esto fuera poco, existen los profesionales de la salud que, izando su título de médicos cirujanos plásticos, están prestos a publicitar sus milagrosas cirugías reconstructivas y modeladoras marcando la diferencia del antes y el después en fotos, videos y entrevistas que lindan con el mal gusto y la pornografía.
La moda del culto al cuerpo se extiende de manera epidémica. Prácticamente no queda cuerpo sin cicatriz y dudamos de la belleza natural. Criticamos una nariz prominente que da personalidad a una cara singular, o las huellas de embarazos deseados y partos felices que dieron vida a nuestros hijos. Borramos las marcas de nuestra historia, de llantos y risas que dejaron sus huellas en nuestro rostro, como así también las características físicas heredadas de nuestros antepasados.

Pero esto no se circunscribe simplemente a una cuestión física. Estamos inmersos en una sociedad enferma, con cambios de los valores a nivel psíquico y moral, problema que se torna cada vez más difícil de revertir. La salud mental de nuestras generaciones más jóvenes, futuro de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro país y de nuestro planeta están en serio riesgo: el flagelo mundial de la bulimia y la anorexia a las que se les suma la vigorexia: culto al físico perfecto, musculoso, el físico-culturismo llevado a la máxima potencia, se apodera cada vez más de las mentes más jóvenes e indefensas. Cuerpos lastimados, lacerados por dentro y por fuera, engañados por un espejo mentiroso que refleja lo que desean ver y no son. Cuerpos deformados y enfermos por la moda de la delgadez mostrada hasta el hartazgo en las más famosas pasarelas mundiales que proponen un estereotipo que raya con la demencia.
Esto conlleva a un verdadero desbarajuste y caos atroz de los valores morales, éticos y humanos más elementales. Mientras en países del tercer mundo miles de niños y adultos mueren de hambre por día, a la vista del resto de los seres vivientes mostrando sus huesos forrados de piel seca, verdaderas momias con vida, con miradas de tristeza, abandono y resignación, ese mismo mundo es el más grande consumidor de los dictámenes de la moda del culto al cuerpo siguiendo parámetros de una novedad cruel y antojadiza, exponiendo sus frágiles cuerpos, verdaderos esqueletos vivientes, con una sonrisa de felicidad dibujada en los rostros.

El culto al cuerpo es una moda que me incomoda. Quizás en algún rapto de lucidez podamos hacernos cargo de lo que la naturaleza y la mano de Dios nos ha dado. No reneguemos de nuestro cuerpo. Es el único que tenemos.
Lo cuidemos sin cicatrices.

Gloria Brandán
21 de mayo de 2008

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