jueves, 4 de septiembre de 2008

ALAS

ALAS
De nuestros padres aprendemos a reír y a amar,
y a dar los primeros pasos.
Pero cuando abrimos un libro,
descubrimos que tenemos alas.
I

Aquí estoy, en este mismo banco del parque, tan gastado como mis ajadas páginas amarillentas. El mismo banco que como un viejo amigo al que la cotidianeidad torna imprescindible, espera al viejo pacientemente. Ya estoy apoyado en las débiles rodillas, abierto de par en par. Los temblorosos dedos transitan mis páginas acariciándome, ávidos por descifrarme. Pero hoy es distinto. No entiendo la desesperación, la ansiedad. ¿Qué buscan, qué palabra buscan con tanta avidez? ¿Es que no reconocen otra? Me recorren por completo todos los días, mas hoy se detienen en la misma palabra, una y otra vez y otra vez, hacia delante y hacia atrás. ¿Es que no pueden palpar otros puntos? Yo lo conozco al viejo; algo le pasa porque lo siento distinto. ¿Estará enfermo o triste? Sus movimientos parecen aleteos de mariposa en los últimos segundos de vida; han perdido el vigor y la firmeza de ayer. Hoy tiemblan, buscan, tocan, desesperados y ansiosos. Y aquí se detienen. En esta palabra que no sé qué tiene de particular. Como si fuera la primera vez que la palpan. La recorren de nuevo, cada vez más lento. Parece que se detienen…
Se detuvieron en la palabra que buscaban sin cesar: “alas”.

II

Sus dedos buscaban la primera palabra que su padre le enseñara a leer: “alas”. Levantó la cabeza e inspiró profundamente colmando todo su ser de una extraña sensación de libertad. Se dejó llevar. El límite entre la imaginación y la realidad era confuso. La realidad era la oscuridad; la imaginación, sus ansias de volar. La realidad eran sus dedos; la imaginación le regalaba alas.

Las manos acariciaban el libro cual tesoro, el más preciado que jamás tuvo; el primer libro que su padre le regalara y que le dio alas a su imaginación. Sus dedos recorrían las páginas en un ir y venir buscando puntos diminutos. Palpó nuevamente: “alas” y recordó las palabras de su padre: Sin leer nunca volarás. Usa tus dedos y desplegarás alas. Él sabía que era difícil. ¿Cómo leer en la oscuridad, padre? El lamento inspiraba aflicción en el padre que no sabía cómo aquietar el clamor del hijo ciego, mas el tesón y la perseverancia ganaron a la desesperación.
Dibujó ojos en sus dedos y puso alas a su imaginación.

Hacía mucho tiempo de esto. Ya su vida estaba llegando al final. Lo presentía, y tallando con puntos en su corazón el eterno agradecimiento, abrazó su primer libro, lo apretó contra su pecho y desplegó las alas.
Como un pájaro, desplegó sus alas y remontó el último vuelo.
Gloria Brandán
28 de mayo de 2008

No hay comentarios: