lunes, 26 de octubre de 2009

EL BARRILETE ROJO

-Papá, quiero un barrilete…
-Hijo, sabes que no tengo dinero para comprarte uno… quizás más adelante…
-Pero… no quiero uno comprado, quiero que vos hagas un barrilete para mí.
-Hijo, no sé hacer barriletes. Mira, mejor vayamos al parque y allí veremos los barriletes que hay en el cielo. Seguramente lo pasaremos bien y nos divertiremos. Llevemos la pelota y jugaremos un rato, ¿quieres?
-No padre, quiero un barrilete mío, uno hecho por vos especialmente para mí.
El padre no puede calmar la ansiedad de su hijo ni tampoco cumplir con su anhelo de tener un barrilete.
-Papá, ¿por qué no intentamos hacerlo juntos? Yo he visto a mis amigos cuando los hacen y alguna idea tengo… Tenemos los materiales que hacen falta: papel de varios colores, dos palitos finitos, goma de pegar, hilo y… creo que nada más. Ya veremos cómo nos sale, ¿sí?
El padre finalmente accede al pedido de su hijo, aunque en su interior sabe que será inútil. Jamás había hecho un barrilete.
Juntaron los materiales necesarios y luego de desparramarlos en el suelo de la sala, padre e hijo comenzaron con la tarea.
Cortaron los papeles dándoles formas geométricas, ataron cuidadosamente los dos palitos en cruz, pegaron con cola el papel, le fijaron bien fuerte una cola larga con moños y nudos y lo asieron a un enorme carretel de hilo.
¿De qué color te gustaría el barrilete?
-¡Rojo, papá, rojo como el vestido de mamá!
El padre, sorprendido por la respuesta de su hijo, lo miró fijamente.
-¿Qué vestido de mamá?
-El que tenía puesto aquel día que fuimos al parque, ¿te acuerdas?

Era un día maravilloso. Juntos llenaron la canasta con todos los elementos que hacían falta para pasar una jornada en el parque. También una pelota para jugar con su pequeño hijo de tres años quien, aunque tambaleante aún por su corta edad, disfrutaba de esos juegos con su padre.
Felices partieron hacia el día que se auguraba también feliz. El niño tomado de la mano de su madre. La madre tomada del brazo de su marido quien sostenía con su mano libre la canasta repleta de golosinas, bebidas frescas, frutas sabrosas y la infaltable pelota.
-Hoy estás especialmente bella, querida. Este vestido rojo te sienta de maravillas. Realmente estás de verdad hermosa.
La mujer, acostumbrada a los elogios de su esposo, esbozó una sonrisa y una mirada de complicidad amorosa se cruzó entre ambos.
El día en el parque sucedió como lo esperaban. Luego de una breve caminata, se sentaron bajo un gran árbol cuya sombra los cobijaba de los rayos del sol del mediodía. El verano estaba llegando a su fin y los primeros colores otoñales ya se distinguían en las copas de algunos árboles. Una suave brisa levantó la falda roja mostrando las hermosas piernas de la joven mujer. Nuevamente la mirada y la leve sonrisa, cómplices del amor, se cruzaron entre los dos, pero el niño quería jugar, habría tiempo después para la intimidad amorosa.
El joven padre buscó la pelota, el niño corrió por el césped aún verde, la madre miraba la escena con detenimiento, sin perder detalle, sentada bajo la sombra del árbol... Desde lejos se distinguía exultante el rojo del vestido de la mujer.
Era un día perfecto.


-Papá, está lindo el barrilete rojo, pero… ¿volará?
-Espero que sí, hijo.
El padre, ensimismado en los recuerdos, construye el barrilete rojo como si alguna mano invisible guiara sus movimientos.
-Ya falta poco, hijo, creo que estamos terminando. Pronto sabremos si vuela alto.
-Sí, papá, quiero que vuele alto, alto, hasta…
Las palabras del hijo se cortaron. No hace falta seguir hablando, ambos comprenden lo que no se dijo.

Cansados de correr tras la pelota, padre e hijo volvieron hacia donde estaba ella. Allí estaba, dormida, con una sonrisa en sus labios y la mirada apagada. El vestido rojo le cubría el cuerpo estático.
Desde entonces, nunca más volvieron al parque… hasta hoy.

El barrilete rojo remontó vuelo. Voló alto, alto, hasta llegar a las manos de un ángel vestido de rojo, para no regresar.
Padre e hijo se miraron. En sus rostros se dibujó una sonrisa. Sus miradas cómplices fueron más elocuentes que mil palabras.
Lo que no se dijo, se cumplió.
Gloria Brandán.
Noviembre de 2008.

No hay comentarios: